lunes, 22 de octubre de 2012

Escenario


 
La noche fue muy larga. Terminamos en pleno centro de Madrid sin saber qué hacer. Las luces de la ciudad me asombraban. Los altos edificios que nos rodeaban me hacían sentir muy pequeña. Vimos que el cine, que se encontraba en la plaza del Callao, aún seguía abierto y decidimos entrar. No había películas interesantes, pero elegimos una cualquiera, porque ver una película aburrida era mejor que estar fuera en pleno invierno. Estuvimos solos en la sala. En un momento me entró mucho sueño y apoyé la cabeza en su hombro. Él me abrazó y nos quedamos así hasta el final de la película. Al salir del cine nos dimos prisa en refugiarnos en una cafetería que por suerte cerraba en una hora, suficiente tiempo para que nos tomemos un  té caliente y decidir qué hacer luego. Nos sentamos al lado de la ventana y disfrutamos de la vista de la vida nocturna del centro. De repente él me dijo que tenía un plan y que tenía que confiar en él. Asentí con la cabeza. Claro que confiaba en él, si no, no estaría aquí. Éramos los últimos en salir de la cafetería. Él miró hacia arriba, me cogió de la mano, y me llevó hacía el edificio que se encontraba enfrente. Nos paramos en un portal y él empezó a llamar a los telefonillos. Para mi sorpresa alguien abrió la puerta y conseguimos entrar. Subimos hasta el último piso y pasando por una pequeña puerta  nos encontramos en la azotea del edificio. La vista era impresionante. Desde allí se podía apreciar toda la ciudad. Me acerque al borde y me asomé para ver los coches que pasaban por la calle. Tenían el tamaño de juguetes. Todo era tan pequeño. Luego miré hacia arriba. Las estrellas brillaban con una intensidad que era imposible apreciar por debajo de la manta de las luces de la ciudad. Pero desde aquí parecía que si estiraba el brazo las podía tocar. Sentí sus manos en mi cintura y el mundo empezó a girar con una velocidad incontrolable. Apoyé la espalda en su pecho evitando que me cayera.  Él me abrazó muy fuerte y sus labios rozaron mi oreja. Giré la cabeza para mirarle y él aprovechó el momento para besarme. Pasamos el resto de la noche abrazados, mirando las estrellas hasta que el cielo se volvió azul. Los primeros rayos del sol nos acariciaron y nos dieron fuerzas para empezar un nuevo día. Abajo la ciudad de Madrid se despertaba lentamente sin saber que nosotros la observábamos desde lo alto de uno de los edificios.
 

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