Entré en el oscuro y vacío pasillo y mis emociones
lo iluminaron. Estaba nerviosa, feliz, preocupada, emocionada e incluso
ansiosa, todo a la vez. No quería que este momento acabase nunca. Pasé al lado de
los vestuarios y miré hacia dentro. Me acordé de mi infancia y cómo solía
correr impaciente mientras esperaba mi turno para salir en la pista de patinaje.
Podía sentir el aire fresco. Solo dos pasos más. Me paré frente la puerta.
Hacía mucho tiempo desde la última vez que pisé una pista de patinaje y era la
primera vez que lo iba a hacer delante de un chico, y no un chico cualquiera.
Estaba muy nerviosa y en mi mente podía ver solo una imagen – cómo me caía y él
empezaba a reírse. Inhalé profundamente, sacudí la cabeza y entré en la sala.
Él ya estaba en la pista moviéndose en círculos. Me reí un poco más fuerte de
lo que quería y él se paró y me miró con una sonrisa que me pareció mostrar
alivio. Bajé las escaleras y me puse los patines, pero me quedé al borde del
hielo sin pisarlo.
– ¡Quiero que me enseñes a patinar! – su voz sonaba
excitada y su sonrisa no me ayudaba a comprender si estaba bromeando.
– No creo que pueda enseñarte. Hace bastante tiempo
que no he entrenado. Puede que me caiga y seguro que te reirás de mí.
– No me voy a reír de ti, porque no te vas a caer.
No te preocupes. Sé que puedes. ¡Ven aquí, por favor! Por favor…
Su voz sonó tan dulce que cometí el error de mirarle a
los ojos, esos ojos tan intensamente azules. No pude resistirme y unos
segundos más tarde ya estaba calentando haciendo piruetas fáciles. Él me seguía
con la mirada observando cada uno de mis movimientos.
De repente sonó música. La melodía era lenta y
bonita. Me recordó a una canción que había utilizado hace tiempo para una de
mis coreografías. Las figuras empezaron a salir solas y sin pensarlo me
encontré haciendo piruetas y saltos que normalmente practico durante días antes
de hacerlos. Cuando la canción terminó, vi que él estaba en las escaleras con
los ojos como platos.
No estaba segura si su reacción se debía a que lo
había hecho bien o al contrario. Era imposible intentar adivinar qué era lo que
ocultaba en su mirada. Eso me irritó mucho. Sus pensamientos eran un enigma,
que quería descifrar a toda costa. En los últimos dos meses, lo único que
conseguí era que pasáramos de los simples << ¡Hola! ¿Qué tal? >> a
unas conversaciones más largas y significativas. Pero aun así, no podía llegar
a comprenderle. Me encaminé hacía él y para evitar cruzarme con sus ojos, miré
a mi derecha. En uno de los anuncios que rodeaban la pista de patinaje, detrás
de una chica, cuya cara estaba oculta por una sombra, en unos brillantes rayos
de luz vi las palabras << A través del sufrimiento se alcanza el conocimiento.
>> No sabía qué mensaje intentaba transmitir este anuncio, pero para mí
estaba claro que tendría que armarme con mucha paciencia, porque no iba a obtener
pronto el acceso a la resolución del misterio.
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