lunes, 21 de enero de 2013

RELATO FINAL


DREAMTIME

Capítulo 1

 

            Estoy en el bosque. Miro a mi alrededor y lo único que puedo ver son los arboles oscuros y altos que me rodean. Sus ramas se unen a lo alto y no dejan que la luz del sol toque la tierra. El viento remueve las hojas secas levantándolas de la tierra y las hace volar hacia mí. Se escucha un estruendo sordo detrás de mí y el sonido recorre todo mi cuerpo. Me echo a correr sin saber a dónde. El viento se hace más fuerte. Intento correr más rápido, pero me cuesta respirar. Consigo ver una luz floja a lo lejos y concentro todas mis fuerzas en el intento de llegar a ella. El tiempo pasa exageradamente lento. El camino parece ser eterno. No importa el tiempo ni la distancia que he recorrido, llegar hasta la luz parece imposible. El viento me persigue. Cierro los ojos y aumento la velocidad deseando que esto acabe pronto. Una fuerza invisible me hace parar bruscamente. Al abrir los ojos veo que he llegado a una frontera a partir de la cual empieza la luz, una luz deslumbrante. Parpadeo intentando fijar la mirada hacia delante. Unos segundos después consigo ver  un prado enorme, de un color verde intenso, envuelto en flores rojas, que crean un contraste sensacional. Hago unos pasos para adentrarme en el prado y alejarme del bosque oscuro, y siento un viento suave, agradable, nada que ver con el viento violento que me siguió hasta aquí. Empieza a jugar con los mechones de mi pelo largo, acariciándome. Se escucha el canto hechizante de los pájaros que crea una harmonía tan bella, como la banda sonora del baile de patinadores artísticos. Levanto la cabeza hacia el cielo que es de un azul claro y tranquilizador. Cierro los ojos, estiro los brazos a los lados y me giro. En este momento me siento tan feliz y libre que no puedo evitar sonreír. Miro otra vez hacia delante registrando por primera vez una casita de madera que me llama mucho la atención, no solo porque apareció de la nada, pero también porque algo en ella me atrae mucho. Decido acercarme, aunque por dentro sé que no es muy buena idea. Antes de que pueda cambiar de opinión me encamino hacia la casita. De cerca parece muy antigua y desmoronada. Al lado de la puerta hay una cajita de madera en la cual el único objeto resulta ser una llave oxidada. Cojo la llave y la meto en la cerradura. La puerta se abre sin que la toque. Hago un paso hacia delante y de repente me encuentro en la mitad de una habitación totalmente oscura, sin ventanas ni puertas. Siento cómo el aire se hace más denso y me cuesta respirar. La oscuridad me envuelve en su manta. Algo me empuja muy fuerte y me derrumbo al suelo. Siento las lágrimas que caen por mis mejillas. Quiero salir de aquí. Me esfuerzo en fijar la mirada y encontrar una salida, pero mis intentos son en vano. Me siento débil, no me puedo levantar. ¡No! No me puedo quedar aquí. ¡Tengo que salir! No puedo dejar mi madre sola. ¡Ella me necesita! ¡Tengo que salir de aquí! Abro los ojos y una luz brillante cae sobre mí. Escucho una voz grave y baja que me dice:

            – ¿No sabes quién eres, verdad?

Abro los ojos de golpe levantándome en la cama a la vez. Mi respiración está agitada y gotas de sudor caen por mi frente. Miro el reloj – las seis y media de la mañana.

            – Melinda, ¡despierta! ¡Vas a perder el avión! – la voz de mi madre se escucha por detrás de la puerta.

            – ¡Ya voy! – le contesto casi en un murmuro, porque todavía estoy temblando a consecuencia del sueño.

Me levanto de la cama y me encamino hacia la ventana, como hago todas las mañanas. Mi cabeza da vueltas a lo que escuché justo antes de despertarme. Esta voz era de un hombre. ¿Quién soy? La pregunta no me deja en paz. Yo sé quién soy, ¿no? ¿Cómo no voy a saber quién soy? O a lo mejor no lo sé. Miro por la ventana y veo un cielo gris que está oscureciendo. Los árboles se inclinan por la fuerza del viento. Abro la ventana, porque necesito un poco de aire fresco. Pero en vez de eso, el aire que entra en mi habitación es caliente y sofocante. Doy un paso atrás instintivamente intentando recuperar la respiración. Al mismo tiempo se escucha un trueno ensordecer y el sonido atraviesa mi cuerpo, permitiéndome sentir cada vibración. ¿Se acerca una tormenta? No sería algo tan sorprendente, ya que los mozones son típicos para el clima subecuatorial del norte de Australia, especialmente para las ciudades costeras como Darwin, donde vivo yo. Observo en silencio el cielo que poco a poco pasa a ser casi negro. Me giro solo por un segundo para recoger mi cámara de la mesa, con la intención de grabar este fenómeno tan curioso, y al volver a girarme hacia la ventana el cielo ya es azul clarito cubierto con nubes blancas y mullidas. Parpadeo en sorpresa sin comprender lo que acaba de pasar. Miro la cámara que tengo en mis manos y otra vez al cielo. No cambia. Dejo la cámara y me encamino hacia la ducha. Creo que todavía sigo afectada por el sueño y mi imaginación me está engañando. Quiero liberarme de la tensión que siento y me decido por una ducha caliente.

Me deshago de la poca ropa que llevo mientras me dirijo hacia el baño. El agua me relaja y me ayuda a volver a la realidad, aunque eso hace que la ansiedad, que sentía a noche antes de acostarme, vuelva con más fuerza que antes. Hoy es mi último día aquí. En unas horas tendré que coger el avión y desplazarme hasta la otra punta del país. Estaré absolutamente sola en una nueva ciudad. En dos semanas empezaré mi primer año en la Universidad de Sídney. Tengo miedo, pero no lo puedo mostrar delante de mi madre, porque todo el esfuerzo que me costó convencerla que me deje matricularme en esta universidad, sería en vano. Tampoco me gusta la idea de dejarla sola, pero en Sídney tienen el mejor grado en Arte y Lenguas. Me costó mucho decidirme, pero eso es lo que quiero estudiar, aunque eso signifique que me tengo que alejar de casa. No puedo echarme para atrás ahora.

Al salir de la ducha me paro frente el espejo. Me seco el pelo con una toalla y lo dejo caer por mi espalda. Me llega hasta por debajo de la cintura. Su color castaño oscuro parece casi negro en la luz fluorescente del baño. Mis ojos ocres tienen matices verdes, pero ahora parecen de color marrón oscuro. Estoy más pálida de lo normal. No me gusta la imagen que tengo en el espejo. Si ignoro el hecho de que soy yo la chica del reflejo, diría que esa chica está preocupada e incluso asustada. Pero ya que todavía no me he vuelto loca, sacudo la cabeza y vuelvo a la habitación en busca de la ropa que me había preparado para el vuelo. Me pongo los vaqueros de color azul oscuro, porque son los más entallados que tengo. He perdido peso en los últimos días y muchos de mis pantalones me quedan un poco grandes. Mi camiseta roja de tirantes y las manoletinas negras y estoy lista. Reviso por última vez mi maleta y las cajas que mi madre me mandará en unos días y me encamino hacia la cocina. Huele a tortitas con mermelada, mi desayuno favorito. Cuando entro, mi madre está leyendo el periódico y bebiendo distraídamente de su café.

            – ¡Buenos días mamá! – intento hacer que mi voz suene emocionada a pesar de los nervios que siento.

            – ¡Buenos días cariño! ¿Dormiste bien? – mi madre sonríe tiernamente intentando a su vez esconder su preocupación por mi viaje.

            – Sí… – mi voz suena un poco más alta de lo que quería – Bien. ¿Algo nuevo por el mundo? – pregunto con la intención de cambiar de tema y señalo con la cabeza hacia el periódico.

            – Nada interesante. – mi táctica funciona y mi madre empieza a contarme las últimas noticias.

La escucho mientras me como las tortitas. ¡Qué ricas! Las voy a echar de menos. Me pregunto por qué no aprendí a hacerlas cuando me lo propuso mi madre. Tendré que acostumbrarme a desayunar cereales. Se me hace un nudo en el estómago al recordar que en unas horas estaré en el aeropuerto. Mi madre sigue hablando de política y yo asiento con la cabeza de vez en cuando para que parezca que la estoy escuchando. Antes de ir al aeropuerto he quedado con Lisa, mi mejor amiga. No quiero despedirme de ella. Esto va a ser más difícil de lo que pensaba.

De repente, algo que mi madre dice me llama mucho la atención. Está hablando de una tormenta que hubo a noche en el sur de África.

– “La tormenta se pasó tan rápido como apareció. Algunos testigos aseguran que el cielo se convirtió de un gris claro a un negro que parecía intentar consumir la ciudad. En un tiempo récord el cielo volvió a su normal color azul y el viento paró.” – Mi madre deja de leer y aparta el periódico a un lado – Este no es el primer caso de una tormenta así. – su voz suena intrigada y mi mente vuelve a repasar los hechos de esta mañana.

¿Lo habrá visto mi madre también? Entonces no ha sido mi imaginación. Pero cuando mi madre sigue vuelvo a dudar.

– Leí algo parecido la semana pasada. Había pasado en el este de Europa.

– Me pareció escuchar viento cuando me desperté. – lo digo con un tono casual, quiero saber si lo que vi esta mañana fue fruto de mi imaginación o no.

– No, lo hubiera notado mientras tendía la ropa. ¡Qué curioso! – sacude la cabeza y vuelve a centrarse en el periódico.

Entonces me lo he imaginado. Tiene que haber sido mi imaginación. Aunque eso no es la primera cosa inexplicable que me ha pasado en el último año. La lista es muy larga. Empezando por mi sorprendente habilidad de acercarme a los pájaros salvajes sin asustarles e incluso en algunas ocasiones tocarles, hasta esta vez cuando vi cómo una flor se recuperó, después de que alguien la había pisado, solo porque la acaricié. Por supuesto nadie me creyó y yo no volví a mencionarlo nunca más.

Ya son las siete de la mañana. He quedado con Lisa a las siete y media. Termino rápido mi desayuno y empiezo a recoger los platos.

            – Voy a bajar la maleta y dejar todo listo – le digo a mi madre mientras lavo los platos – Puedes pasar a recogerme a las ocho, así tendremos tiempo para llegar al aeropuerto sin prisas.

Quiero ir andando hasta el instituto, donde hemos quedado con Lisa, porque quiero despedirme de la ciudad. Además, necesito un poco de tiempo para pensar. No va a ser fácil vivir lejos de mi madre, lejos de mi amiga, lejos de casa, y absolutamente sola, sin conocer a nadie.

Subo en mi habitación y le echo un último vistazo. Las paredes son blancas, excepto por encima de la cama, donde hay posters de mis grupos favoritos. La cama está cubierta con el edredón rojo y en la mesita de luz hay una lámpara en forma de tortuga. Las estanterías están medio vacías. Mis cosas están en las cajas colocadas al lado de la puerta. El armario está completamente vacío, igual que el escritorio, donde normalmente estaba mi portátil rodeado de libros. Respiro hondo, me pongo la chaqueta, recojo mi bolso y la maleta y salgo de la habitación. Bajo las escaleras y dejo la maleta al lado de la puerta. Entro en el salón para llamar a mi madre.

            – Ya estoy lista. ¿Dejamos la maleta en el coche?

Mi madre sonríe, pero la sonrisa no llega a sus ojos. Sé que en el aeropuerto se va a echar a llorar. Saca las llaves del coche de su bolso y salimos fuera. Deposito la maleta en el asiento de atrás. Me despido brevemente de mi madre, ya que nos vamos a ver otra vez antes de irme, y me dirijo hacía ya mi antiguo instituto.

Las calles no han cambiado en los últimos años. Me pregunto si cambiarán cuando me vaya. Nada va a ser lo mismo. El edificio del Instituto Darwin se encuentra justo al lado del mar. El olor a agua salada me llena y me tranquiliza. Voy a echar de menos los paseos por la playa en los recreos. Lisa me está esperando sentada en nuestro banco. En cuanto me ve, se levanta de golpe y se encamina hacia mí. Nos abrazamos y Lisa empieza a llorar.

            – No, Lis… No llores. ¡Nada de llorar! Que me vaya ahora no significa que no nos vamos a ver otra vez.

            – Lo sé. Mel, lo siento. – dice Lisa secándose las lágrimas.

            – No lo sientas. Es que sabes que me voy a poner a llorar yo también si sigues así. Vamos a dar un paseo por la playa.

Lisa sonríe y nos encaminamos hacia la playa. Hace muy buen tiempo, perfecto para pasarse todo el día en la playa. A lo lejos se ven los primeros grupos de gente que tienen pensado pasar un día tranquilo con sus familias y amigos al lado del mar.

            – Cuantos recuerdos tengo de esta playa... – empieza Lisa con un tono melancólico.

            – Yo también. – le digo en un tono más alegre – ¿Te acuerdas de la vez, cuando construimos un castillo de arena y los chicos lo destruyeron?

            – ¡Sí! – sus ojos brillan con el recuerdo – Nos vengamos de ellos escondiéndoles el balón de voleibol. Se pasaron todo el día buscándolo. – su risa es infecciosa.

            – Pobre Juan, – digo entre risas – estaba muy preocupado por la reacción de sus padres si les decía que había perdido el balón.

            – Al final me apiadé de él y se lo devolví – dice Lisa con evidente afección en la voz.

Juan es su novio, aunque no lo hayan dicho oficialmente. Sus padres son españoles, pero él nació aquí. Habla un español perfecto, que vuelve locas a todas las chicas. Lisa le admiraba de lejos, porque no se atrevía a hablar con él. Pero un día, después de una fiesta de cumpleaños de una compañera del instituto, los dos empezaron a hablar y encontraron que tenían muchas cosas en común.

            – Te gustaba incluso entonces – le digo con una sonrisita malvada.

            – ¡Deja de meterte conmigo! – dice ella intentando sonar ofendida, pero su voz falla al final de la frase – Bueno, vale. Lo admito. ¿Contenta?

            – ¿Cómo van las cosas con él? – la pregunto, efectivamente contenta de que lo haya admitido por fin.

            – Todo va bien. Él es muy atento – suelta una risita tonta, que me indica que está feliz y eso me hace feliz a mí también.

Paseamos durante unos minutos más, recordando nuestra infancia y adolescencia. Ya son las ocho menos diez. Lisa tiene que irse antes, porque ha quedado con Juan. Nos despedimos con un abrazo fuerte y ella se va. Quedan unos cinco minutos hasta que llegue mi madre. Decido quedarme un poco más en la playa.

Mi último día en Darwin. El mar hoy está muy tranquilo. A penas se ve alguna que otra ola. Me descalzo y me acerco al agua. Me siento sobre la arena mojada y me apoyo para atrás con los codos. Los rayos del sol se reflejan en el agua y crean una imagen parecida a múltiples estrellas brillando en la franja con el cielo. Miro hacia arriba y veo solo una nube, pequeña, moviéndose lentamente hacía el sol. Siento cómo una ola cubre mis pies y llega hasta el borde de mis vaqueros. Siento la ligera brisa que juguetea con mi larga melena. Voy a echar de menos esas sensaciones, esa tranquilidad. Cierro los ojos y me concentro. Escucho cómo las alas de un ave se mueven contra el aire. Puedo apreciar el sonido del agua acariciando la costa. Cojo una palmada de arena y la dejo caer entre mis dedos. Esa es mi tierra, el lugar donde crecí. Ahora tengo que abandonarla. Tengo que empezar una nueva vida, en un lugar nuevo, con gente nueva. Ya son las ocho. Me levanto, inhalo profundamente el aroma del agua salado y me giro preparada para un nuevo comienzo.

Mi madre me está esperando en el coche. Subo y por el camino le cuento de qué hablamos con Lisa. Demasiado pronto ya estamos en el aeropuerto. Facturo mi equipaje y me toca despedirme de mi madre. Sus ojos ya están llenos de lágrimas.

            – Prométeme que me vas a llamar en cuanto aterrices – su voz es muy baja, intentando aguantar las lágrimas.

            – Sí mama, te lo prometo – la abrazo fuerte. Oh mamá. La voy a echar tanto de menos, pero tengo que ser fuerte delante de ella – Todo va a estar bien, no te preocupes por mí – sonrío tranquilizadoramente.

            – Lo sé cariño. Pero una madre siempre se preocupa por sus hijos – me devuelve la sonrisa acariciándome la mejilla – Cuídate, y cualquier cosa, me llamas. ¿Vale?

Asiento con la cabeza y la abrazo otra vez. Me giro y me encamino hacia la puerta de embarque. Cuando llego allí, ya no puedo aguantar y dejo que las lágrimas caigan por mis mejillas. Me espera un vuelo largo.

Al subir en el avión decido sacar mi cuaderno y escribir mi sueño. No había pensado en él en toda la mañana. Era el mismo que todas las noches anteriores del último mes, pero esta vez el final era distinto. Cada noche el sueño se hace más largo y añade una pieza más al puzle. Es el sueño más intenso que he tenido, y eso que recuerdo todos mis sueños desde que tenía cinco años. Desde entonces los escribo en cuadernos y ya tengo unas tres cajas llenas de ellos. Llevo conmigo solo los últimos diez, los demás llegaran con el resto de mis cosas cuando me haya instalado en mi nueva casa.

Esta casita de madera, la oscuridad y la voz no me dejan en paz. ¿Qué significa todo esto? Nunca hasta ahora no me habían hablado en un sueño. Sí, he escuchado conversaciones, pero nunca se habían dirigido a mí. “¿No sabes quién eres, verdad?” La pregunta sigue sonando en mi cabeza. Escribo el sueño detalladamente. Cuando llegue y tenga tiempo para descansar, voy a comparar los últimos dos sueños y buscare algo que me ayude a comprenderlos.

Después de casi cinco horas de vuelo, aterrizamos en Sídney. Llamo a mi madre y escribo un mensaje a Lisa. Después recojo mi maleta y salgo en busca de un taxi. Con la diferencia horaria, ya son las tres y veinte de la tarde. Hace buen tiempo, el sol es igual de caliente que el sol en Darwin. La única diferencia es el viento. Aquí es más fuerte. O por lo menos eso me parece. Consigo un taxi y le doy la dirección al conductor. Voy a vivir en las afueras de la ciudad, a unos trece kilómetros en dirección norte. El camino hacia Foresville, el barrio donde se encuentra mi nueva casa, pasa por el centro de Sídney. Tendré que investigar cómo funciona el transporte público, porque no tengo coche, ni pienso tenerlo. Debería haber alquilado una habitación en el centro, pero mi madre dijo que sería un gasto innecesario, ya que tenemos una casa relativamente cerca. La casa pertenecía a la familia de mi madre y como ahora ella es el único miembro vivo de la familia, aparte de mí, pasa a ser nuestra. Nadie ha vivido allí desde hace veinte años. El mes pasado mi madre mandó gente para que renueven un poco la casa. Espero que por lo menos tenga luz y agua caliente, como nos aseguraron los obreros.

Después de media hora el taxi aparca enfrente de la casa. Es grande, tiene dos pisos y jardín. El conductor me ayuda con la maleta, luego sube otra vez al coche y se marcha. No puedo creer que esta vaya a ser mi casa en los próximos cuatro años. Es demasiado grande para una sola persona. La fachada es de color marrón rojizo. Está rodeada por una valla blanca. Abro la puerta, atravieso el jardín y subo las escaleras hasta el porche. Hay una mesa de madera con dos sillas a la derecha y un banco a la izquierda. Por encima de la mesa hay una ventana que supongo que será del salón. Saco las llaves que me dio mi madre y abro la puerta. Me encuentro con un pasillo pequeño que termina con una puerta de madera con cristal. A mi izquierda hay un armario empotrado, donde se pueden guardar los abrigos y los zapatos. A mi derecha hay un espejo de cuerpo entero que más que seguro me asustará en numerosas ocasiones. Detrás de la puerta con cristal, lo primero que se ve son las escaleras para el piso de arriba. A la izquierda está la cocina y a la derecha el salón, como supuse. Decido subir para ver mi nueva habitación. Al llegar arriba me encuentro con un pasillo largo al final del cual está el balcón. Hay dos puertas a la derecha y dos a la izquierda. Decido abrirlas una por una. La primera a la derecha es el baño, que tiene ducha y bañera y está en buenas condiciones. La puerta de enfrente es un estudio con muchas estanterías y un escritorio. La habitación al lado del estudio está completamente vacía. La última es la mía. Tiene una cama de matrimonio, un armario grande, suficientes estanterías para mis libros y un escritorio. La ventana es grande y tiene asiento, algo que he querido tener siempre. La casa es perfecta. Tengo que decidir qué voy a hacer con la habitación vacía, pero tengo tiempo para eso. Dejo la maleta al lado de la cama y me dejo caer en ella. Es muy cómoda y por primera vez siento el cansancio del viaje. Decido quedarme unos minutos así antes de deshacer la maleta.

Me despierto bruscamente y miro a mi alrededor. La habitación está vacía, hay solo una maleta al lado de la cama. Ah, sí. Estoy en Sídney. Esa es mi nueva casa. Miro el reloj, ya son las cinco de la tarde, he dormido casi una hora. Me levanto rápidamente y empiezo a colocar mis cosas. Cuando termino con la ropa y los pocos libros que pude llevar conmigo, me queda solo sacar el portátil y comprobar si han instalado el internet como prometieron. El ruter funciona sin problema y en menos de cinco minutos estoy conectada. Perfecto. Ahora me falta ducharme y salir de compras, porque no hay nada de comida en la casa. Me ducho y me visto en diez minutos y bajo para ver en qué condiciones está la cocina. En realidad no está nada mal. Han cambiado los electrodomésticos y se nota que toda la casa está recién pintada. Como pensaba, el frigorífico está completamente vacío. Me siento en una de las cuatro sillas alrededor de la barra de desayuno. No sé cómo voy a vivir sola. Es verdad que ha habido ocasiones en los cuales mi madre ha tenido que irse de viaje y dejarme sola en casa, pero ahora es distinto. Respiro profundamente y me obligo a hacer una lista de las cosas que necesito comprar. Luego paso por el salón y veo que tengo la tele instalada y el sofá es nuevo. Enfrente del sofá hay una mesita con dos taburetes a los lados. A la izquierda hay también una mesa de comedor con cuatro sillas. La casa me gusta, pero sigo pensando que es demasiado grande para mi sola.

Recojo mi bolso y me encamino hacia la puerta. Antes de salir compruebo mi atuendo en el espejo de cuerpo entero. Pantalón rojo, camiseta negra y las manoletinas negras. Mi pelo rizado cae libremente alrededor de mi cuerpo. Estoy lista para explorar mi nueva ciudad. Al salir de la casa, echo un vistazo a las casas de los vecinos. La casa de enfrente es la más grande de toda la calle. Es blanca, tiene tres pisos y piscina. El garaje es enorme, seguro que tienen más de un coche. Mientras examino la casa veo que la puerta se abre y sale un chico alto, con el pelo negro y vestido todo de negro. La camiseta marca su cuerpo y puedo apreciar sus músculos. Se nota que se cuida bien. Cuando baja las escaleras, levanta la mirada, se para de golpe y me mira fijamente. Siento cómo todo mi cuerpo se tensa y tengo el impulso de echarme a correr sin mirar atrás. Pero no me puedo mover ni un pelo. Sus ojos tienen un color azul tan oscuro e intenso que se puede apreciar a pesar de la distancia que nos separa. Él tampoco se mueve y los segundos pasan tan lenta y angustiosamente, que lo único que quiero es irme cuanto antes. Después de unos segundos, minutos, horas, no sé cuánto tiempo pasa, después de unos momentos eternos, consigo apartar la mirada y ponerme en marcha. No miro hacia atrás, solo ando lo más rápido posible sin saber a dónde. No sé por qué, pero este chico consiguió asustarme, y mucho. Tengo la sensación de que alguien me sigue e inmediatamente sé que es él. ¿Qué quiere conmigo? Ni siquiera me conoce. Algo en sus ojos me decía “peligro”. Sigo andando intentando recordar el camino, porque no me quiero perder en mi primer día aquí. Giro a la derecha, luego a la izquierda, luego otra vez a la derecha. Quiero alejarme de él. El problema es que vive enfrente de mi casa. ¿Cómo voy a evitar verle? Es imposible. Me paro y decido comprobar si me sigue. No hay nadie. Exhalo ruidosamente con alivio. A lo mejor solo me imagino cosas. Sigo andando ya relativamente relajada. Unos segundos más tarde escucho el ruido de un coche. Cuando pasa a mi lado me giro y me encuentro de nuevo con esos ojos azules. Mi corazón se dispara y siento un temblor por todo mi cuerpo. Su cara no expresa nada, pero algo en sus ojos hace que mi sangre empiece a fluir a toda velocidad. El coche sigue su camino y doy las gracias a Dios, que no paró. ¿Quién es él? ¿Y por qué me hace sentir así?